Recuerdo la fecha en la que adquirí mi 3DS —un par de días antes de su lanzamiento oficial en España por 249,95 euros— y, por supuesto, la larga espera de sus usuarios para ver al fontanero bigotudo protagonizar alguna nueva aventura en la portátil de Nintendo —en realidad fueron solo unos pocos meses—. No fue hasta el 11 de noviembre de 2011, cuando, por fin, el «sueño» de muchos de los jugadores poseedores de esta consola se convertía en una realidad. Lo curioso es que, a falta de uno, bueno son dos —o eso se suele decir—, porque Mario Kart 7 también entraría en escena tan solo un mes más tarde. Pero no nos desviemos del tema, que cada vez que escribo una pequeña introducción para una de mis publicaciones, acabo divagando más de lo que debiera.
Como viene siendo habitual en cada viaje en busca de la princesa Peach, nuestro carismático personaje ha ido guardando o sacando cosas del armario. A veces nos sorprendía con ciertos atuendos nunca vistos y en otras ocasiones regresaba con clásicos que no utilizaba desde hace mucho —como sucede con el traje de Tanooki en este caso—. Por su parte, el vivo colorido de sus niveles nos regala entornos muy alegres —lo usual en la franquicia— y se complementan muy bien con el buen hacer en su conservador, pero bien trabajado, apartado sonoro. Controlar a Mario sin disfrutar de sus clásicas melodías, honestamente, no sería lo mismo, creo que ya son una parte esencial para tener una experiencia plena durante cada partida.
Aquellos que busquen en «Super Mario 3D Land» un desafío, se toparán, salvo casos puntuales, con niveles relativamente sencillos de superar en la primera mitad del juego. En ningún momento tenía en mente encontrarme ante un reto que me hiciera pasarlo verdaderamente mal, pero si que se me resistiera un poco y que los enemigos —y los propios escenarios— trataran de ponerme las cosas algo más difíciles. Ojo, esto no quiere decir que no vayáis a disfrutar de la aventura, pero no esperéis hallar un reto porque os podéis llevar una pequeña decepción en ese aspecto. Dicho lo cual, no tengo nada reseñable —salvo detalles menores— que destacar que me hayan impedido disfrutar del juego.